martes, 11 de enero de 2011

Girl with a Pearl Earring (La joven de la perla)


Ficha técnica


Nacionalidad: Británica
Dirección: Peter Webber
Producción: Archer Steet Ltd
Guión: Olivia Hetreed
Género: Drama. Siglo XVII
Actores principales:
Colin Firth (Johannes Vermeer)
Scarlett Johansson (Griet, la joven de la perla)
Tom Wilkinson (Pieter Van Ruijven)
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Eduardo Serra
Duración: 91 min. Estreno: 2003

 

Premios obtenidos

COFCA a la Mejor Fotografía.
EFA a la Mejor Fotografía.
LAFCA a la Mejor Fotografía.
Eagle a la Mejor Película Europea.
SDFCS a la Mejor Fotografía.
Sant Jordi de RNE a la Mejor Actriz Extranjera
Nominada para 3 Oscar.

Argumento

Griet, la hija protestante de 16 años de un pintor que ha perdido la vista y carece ya de recursos económicos, entra a servir en el año 1665 en la familia católica del maestro Vermeer en Delft, Holanda.

Crítica

Esta película está basada en la novela del mismo título escrita por la estadounidense Tracy Chevalier y plantea como objetivo la construcción de una historia verosímil a partir de la que pueda justificarse la creación de ese cuadro, en cuya factura la escritora introduce y el film refrenda una sutil relación entre el maestro Johannes Vermeer y la modelo retratada, que es representada por Griet, una criada al servicio de la familia que ha sido contratada por la esposa del pintor.

El planteamiento, pues, debe juzgarse a la luz de una interpretación libre que es producto del  talento de la escritora que dio pie a la producción de esta película, más que como una versión fidedigna a los hechos realmente acaecidos, si bien esta falta de rigorismo histórico no desmerece en nada la verosimilitud del personaje del pintor y su estudio y el de su ambiente familiar.

Si se ha sacrificado aquel rigor, se ha ganado en cambio una historia donde hay espacio para la  sensibilidad, no exenta de drama, en la que los personajes principales, el pintor y la criada, perteneciendo a dos estratos culturales absolutamente dispares y a dos confesiones enfrentadas en aquella época  -la católica y la protestante-, advierten que poseen una afinidad en su atracción por el arte y una especial capacidad para apreciarlo.

Pero este descubrimiento será realizado de forma paulatina, no de manera inmediata, comenzando a partir de la visita que Vermeer realiza junto a su esposa a la casa de Griet antes de que ésta sea contratada, donde advierte que la joven, mientras trabaja en su cocina, tiene separados por colores los ingredientes que previamente ha cortado con delicadez y esmero. Esa disposición ordenada y minuciosa es la primera señal que llama la atención del maestro, pues coincide con la precisión y sosiego con los que acostumbra trabajar sus cuadros.

Vermeer no as amigo de trabajar deprisa ni dejó tras de sí un gran número de obras. Tampoco fue longevo. En su corta vida, apenas vivió 43 años, desarrolló no obstante ese gusto por el trabajo lento, hecho con precisión y orden, muchas veces realizado en su propio estudio, interesándose más por el color y la forma de los objetos y personas que aparecen en sus cuadros que por el motivo que recogen, que queda postergado a un segundo plano para el interés del artista, al igual que sucedió con algunos de sus colegas contemporáneos protestantes de las provincias del norte de los Países Bajos durante el XVII, como Kalf.

La joven de dieciséis años, ya introducida en la contemplación del arte a través de las enseñanzas recibidas de su padre pintor, que ha perdido la vista, es aceptada y entra al servicio de los Vermeer, haciéndose cargo del último puesto del servicio doméstico, pero con una competencia especial: limpiar el estudio del maestro. Para ello, es advertida de la suma importancia que tiene no descolocar los objetos que se encuentran en él, porque son las naturalezas muertas sobre las que trabaja el artista. De nuevo, no es tanto el motivo, sino la ejecución lo que cuenta, el cruce de las luces y de las formas. Esta tarea no plantea problema alguno para ella, sino más bien deleite, al quedar admirada de lo que allí encuentra: el progreso del cuadro del maestro. Limpia regular y minuciosamente la estancia, cuidando de dejar los objetos colocados exactamente en la misma posición donde se hallaban antes de quitar el polvo que se había acumulado por debajo y alrededor de ellos.

El maestro advierte con satisfacción que la nueva criada, a diferencia de las anteriores, no descoloca los objetos. Ambos se encuentran en el estudio, que se halla situado en la parte superior de la casa, un área exclusivamente reservada para el artista, donde nadie tiene acceso, ni siquiera su esposa. La sencillez de Griet, su discreción y su admiración por el trabajo del maestro irán calando poco a poco en Vermeer, que comenzará a ver en ella no sólo a la persona que le ayuda a tener el estudio en condiciones de salubridad, sino a alguien capaz de sentir los colores y la luz y también capaz de apreciar y llegar a entender su arte. La parsimonia y quietud de Griet comienzan a interesar especialmente al artista. La confianza crece y comienza a encargarle la compra de los pigmentos para que le ayude a preparar los colores. Hay una escena en la que Vermeer pregunta a Griet cuál es el color de las nubes. ‘Gris’, contesta repentinamente ella al contemplarlas. Pero rectifica a continuación, cuando el pintor sostiene su mirada en espera de una respuesta más precisa: ‘Hay naranjas,  … está el blanco, también está el rojo, el azul, hay un violeta…”. Johannes sonríe ahora. 

Con el paso del tiempo, la presencia de Griet se va haciendo cada vez más habitual para el artista, que la va demandando de manera cada vez más frecuente, hasta que ordena que sea trasladada de su habitación en los bajos de la cocina al desván, donde estará más próxima al estudio. Esta cercanía e interés creciente sobre Griet alteran sobremanera a la esposa del artista que, cegada por los celos, sólo concibe esa relación como incestuosa.

Griet, que desde un principio se ve obligada a alternar el servicio doméstico con la ayuda creciente que presta a Vermeer, no encuentra descanso y se ve en una situación muy dolorosa y comprometida. La suegra del artista, más preocupada por la prosperidad económica de la familia y por tanto por la venta de los cuadros de su yerno, consiente en el traslado de habitación Griet, sin temer que ello pueda suponer un fatal desenlace para su matrimonio.

Pieter Van Ruijven, un importante cliente de Vermeer a quien la suegra de éste complace interesadamente, conoce a Griet y encaprichado de ella, solicita su retrato, a sabiendas del escándalo que ello puede originar para los Vermeer: una afrenta para el buen nombre de la familia, no por lo que pueda representar en sí mismo un retrato, ya que éste había sido un motivo muy frecuente en los pintores protestantes de los Países Bajos del XVII, que a consecuencia de la ya consolidada segregación de la Iglesia de Roma, tenían vetada la pintura religiosa y habían visto así cercenado el abanico de su libertad artística, sino más bien por la modelo retratada, la criada del pintor, que daría pie a todo tipo de habladurías y dejaría en mal lugar a la esposa de Johannes.

El maestro no obstante decide realizarlo y le coloca a Griet en su oreja izquierda un pendiente de perla de su mujer, sin que ésta lo sepa.

A partir de aquí el drama está servido. Van Ruijven obtendrá su cuadro, la mujer de Vermeer descubrirá aterrada la obra acabada identificando en el lienzo su pendiente de perla y la joven Griet tendrá que abandonar la casa sin ninguna recompensa.

Llegados a este punto, podemos comentar que la película, contrastada con la novela en la que se basa, confunde a conciencia la relación artística que surge entre de los personajes principales, Vermeer y Griet, haciendo ver en ella sesgos de atracción física, cuando en realidad Chevalier, en su novela, omite este rasgo, situando esa relación más bien en el plano artístico, que es donde ambos encuentran su afinidad. No se trata tanto de una historia de los sentidos, como se llega a dejar a entrever en el film, como de una pasión por el arte. Desde este punto de vista, la elección de Scarlett Johansson, quien pasaría más tarde a ser el icono de Woody Allen, tan alabada por tantos en esta película, me parece una elección desacertada porque su exuberancia ladea en exceso hacia el mundo de los sentidos algo que en realidad pertenece al mundo del espíritu. Si este fue un recurso del cine para maximizar los beneficios, ¿qué clase de cine aspiraban mostrar? Chevalier también hubiera merecido otra versión cinematográfica, quizá menos comercial, pero más fiel a lo que ella probablemente pretendió mostrar, algo más cercano al mundo del arte y en concreto al modo de pintar de Vermeer, algo que en la narración queda patente que capturó el interés de una joven por esa mezcla de “precisión y suavidad”, de colores y formas con las que Ernst Gombrich describe a ese maestro de la pintura.

Sea como fuere, es una película que desde luego merece ser vista, si bien es un caso más en el que la imaginación que llega a espolear la narrativa, en este caso la de Chevalier, no ha podido ser alcanzada por la versión cinematográfica, la de Peter Webber y su elección de Johansson, que en este caso ha recortado el vuelo del personaje de Griet.

Desde el punto de vista de su relación con la Historia del Arte, la película, sin haber sido planteada con objetivos didácticos, puede ser aprovechada para extraer de ella elementos de indudable valor para la comprensión del periodo que en ella se contempla: la Holanda protestante de 1665. En este sentido, las imágenes sobre la preparación de los pigmentos, la preparación del decorado de los cuadros, los diálogos sobre la importancia de la observación de la distinción de las gamas de los colores, la disposición de los objetos que van a ser retratados, la propia posición de la persona retratada sí nos ayudan a introducirnos en el mundo de Vermeer, como también lo hace el conocimiento de su modus vivendi, de su organización familiar, de los encargos de sus obras y de la cierta precariedad con la que vivían. La película acierta por completo en su trabajo de ambientación de la época y del personaje, como se ha señalado más arriba, si bien peca, como también se ha indicado, de un cierto escoramiento comercial hacia lo sensual que está ausente en la novela y que no ayuda a mejorar la comprensión de la pintura de Vermeer.

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