lunes, 20 de diciembre de 2010

Los impresionistas visitan Madrid

Por Guillermo Rosés- 20 dic 2010

El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid aloja hasta el 13 de febrero de 2011 una delicada colección de obras de pintores impresionistas dedicada al jardín, ese espacio concebido como lugar intermedio entre la ciudad y el campo.

En ella podremos encontrar lienzos de Renoir, Manet, Corot, Daubigny, Morisot, Sargent, Caillebotte, Pisarro, Cezanne, Gauguin, Ensor y Bonnard, entre otros.

Al contemplar hoy los trabajos de los representantes del nuevo movimiento artístico que supuso el impresionismo, qué lejos queda la antigua mentalidad de artistas egipcios, chinos o de Bizancio, que identificaban la maestría del pintor con su escrupuloso respeto por la tradición.


El impresionismo, por el contrario, encontró su nacimiento y justificación, en la quiebra de lo que le precedía antes de la segunda mitad del XIX, con su rebeldía en este caso frente a los temas clásicos y la forma en que la Academia Francesa de Bellas Artes concebía el arte.

Precisamente por el vaivén que da el impulso de la ruptura con lo conocido, la reacción primera del público suele ser la del rechazo de la novedad. Y esa fue en este caso la actitud inicial frente a los impresionistas –y aquí también de la crítica-, que más tarde mudó en refrendo generalizado, que ha perdurado hasta hoy.

Al impresionista le preocupaba la luz por encima de la forma y eso es algo que advirtió estando al aire libre, el lugar donde gustaba ejecutar su trabajo, componiéndolo ‘del natural’. Es allí donde observaba que la luz impactaba sobre los objetos de forma distinta a como lo hacía en el estudio de un artista.

Y este hecho lo predispuso para atacar las tesis academicistas del momento y advertir los errores de considerar que al aire libre un fondo oscuro fuese simplemente un fondo negro, o que la luz reflejada en un objeto brillara de igual forma que como lo hacía en un estudio.

No, el impresionista rechazaba el principio del conocimiento –la concepción egipcia del arte- para en este sentido adherirse a la griega y observar más de cerca el efecto que esa luz producía en los objetos situados al aire libre.

Y es en este contexto en el que comenzó a desarrollar su particular estilo, con pinceladas muy cortas, descompuestas en colores primarios, donde el artista dio preponderancia a la luz y a sus efectos postergando su atención a la forma de los objetos que pintaba, porque lo que le interesaba destacar era su descubrimiento de que al aire libre, a los objetos no les corresponden colores propios, sino más bien mezclas que se funden en nuestra retina.

Y es que a la postre, esa nueva forma de concebir el arte ha calado en el público porque  ayuda a inmortalizar el impacto que a nuestros ojos produce la contemplación de un sólo instante de naturaleza, de paisaje, de jardín, de ciudad o de paseo.

Aún tenemos tiempo de recorrer esos jardines, cuya popularidad en Francia a partir de 1860 nos recuerda la exposición, que fueron motivo común de inspiración para estos nuevos artistas del aire libre.

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